Érase una vez un niño que se llamaba Miguel.
Siempre que llegaban las vacaciones de verano, cuando ya había terminado el correspondiente curso escolar, surgía dentro de él un inmenso problema.
Era como una nube negra, que todos los veranos le acechaba, como un dragón escupiendo fuego y soltando humo por los agujeros de su enorme nariz.
Todos los días Miguelito buscaba a su mama, y siempre lo hacía cuando más ocupada estaba, en sus múltiples quehaceres diarios. A pesar de que, era época de vacaciones, mama siempre estaba muy atareada, ya que eran muchos en la familia y siempre había cosas por hacer.
Todos los días Miguelito le decía a mamá:
- Mamá tengo un gran problema.
A lo que su madre le contestaba siempre con las mismas palabras:
- ¡Hijo mío, tú lo que estás es aburrido, anda y vete a jugar con tus hermanos, como hacen los niños de tu edad. Y deja los problemas para los mayores, que tú eres un niño y tienes que jugar!
Día tras día se repetía esta misma situación, hasta que un Domingo Miguelito salió por la tarde temprano de su casa, haciéndole caso a su madre.
Enfrente de casa estaba la iglesia del pueblo, y en la puerta, había sentada tomando el sol, una sabia anciana conocida por todos los habitantes del pueblo, a la que Miguelito se acercó.
Fue entonces cuando la sabia anciana miró a Miguelito a los ojos y le dijo:
- Tú siempre tienes un inmenso problema, ¿Me equivoco, Miguelito?
Miguel sorprendido, se sintió muy acogido por esta apacible anciana, que con una serenidad y una paz muy grandes le observaba atentamente.
Miguelito le contó todo lo que le pasaba, que se repetía todos los días de todos los veranos desde hacía varios años.
La sabia anciana sin dejar de mirar a Miguelito, solo le dirigió estas palabras:
- ACARICIA TU DRAGÓN
El aprendizaje que hizo nuestro amigo protagonista del cuento, es que cuando tenía un problema que le asustaba, y no le prestaba la debida atención, éste se volvía grande como un dragón, que crecía y crecía hasta hacerse una imponente fiera, que escupía fuego y humo por sus enormes fauces.
En cambio, como le aconsejó la sabia anciana, si acariciaba su problema, si le prestaba atención, lo hablaba e incluso si escribía sobre sus sentimientos acerca del mismo, el problema, o como hemos llamado “el gran dragón” se volvía pequeño y tierno, cada vez más pequeño conforme lo acariciaba, como una mascota que le hacía compañía.
Y así fue como Miguelito, a partir de ese momento, cada vez que le surgía un problema dentro de sí, acariciaba su dragón, y el problema o el miedo se volvía cada vez más pequeñito, y se convertía así en su adorada mascota.
FIN
- Categoría:
- Noticias
- Fecha publicación:
- 31/03/2019